En una actividad a la que asistí hace un tiempo, un hombre muy coqueto me invitó a bailar tan pronto comenzó la música. Yo me dirigía a hablar con otras personas y solo le dije “dale”. Me olvidé. Al rato me encontró y bailamos. Según me comentó yo me veía de una manera cuando me miraba de lejos y de otra al estar cerca. Le pedí que abundara en su comentario, pero después que lo dijo parecía que no sabía explicarlo. Hablamos un poco más, compartimos perfiles de Facebook y me fui.
Me dejó pensando y me pregunté “qué habrá visto, qué percibió de mí”. Preguntas dirigidas a la otra persona, pero que puedo muy bien dirigírmelas (qué veo de mí, qué percibo) y hasta contestarlas.
A veces dependemos de que los demás nos atiendan y nos conformamos con lo que vean de nosotros. Aunque es más preciso decir: a veces dependo de que los demás me atiendan y me conformo con lo que vean de mí. Cuestiono sus impresiones, pero en el fondo las doy por válidas.
Ahora reconozco que, aunque su opinión es válida para el otro, es solo información para mí que no tengo que dar por hecho ni tomarla personal. Puedo utilizar la situación como un ejercicio para volverme una mejor comunicadora, ser más precisa al hablar o escribir. El bailarín muy bien se pudo haber quedado callado. Pero si lo hubiera hecho no me habría regalado una nueva oportunidad de deliberar.