Mientras escribía el sábado pensé que ya tenía el proceso domado. “Ya estoy acostumbrada a escribir a diario”, me dije. Hoy me siento en un marasmo y no quiero sentarme a escribir, porque hubiera preferido dormir y dormir y dormir. Apenas voy entendiendo que esto es como el ciclo femenino de la menstruación: habrá días llevaderos, otros serán pesados, todos forman parte del proceso. Ya estoy en los inicios de la menopausia, así que vendrán más sorpresas.
La atención plena al proceso es lo que me ayuda día a día. Observar esas emociones que me desencajan de momento a momento me permite ver dónde pongo mi atención y qué me perturba. Interrumpir el desasosiego también me apoya a comprender que soy diferente a lo que siento. Puedo sentirme perturbada, pero no soy la perturbación.
Escribir, comunicar y expresar, son procesos que se benefician de esa atención. Esas emociones que nos perturban no nos permiten avanzar en nuestro proceso de vida, porque nos mantienen en esa emoción. No es que no sintamos la emoción. Es que no nos vayamos por el chorro donde ella va. La atención plena nos lleva a vaciarnos de esas emociones perturbadoras y dejar que el chorro siga su curso.
Observa, atiende, interrumpe.