Las ideas pululan a nuestro alrededor. Solo esperan a que las atendamos. Si no les hacemos caso o las descuidamos, siguen su camino hacia alguien más que las atienda.
Imagino mis ideas caminando a mi lado y desapareciendo cuando las descarto. A veces me acompañan más tiempo porque las entretengo con la mentira del “algún día”. Cuando comprenden que solo las manipulo, se desilusionan antes de desaparecer. Cuando desaparecen de mi orilla es para encontrar a alguien que de veras las aprecie. Tienen paciencia, se quedan conmigo y me dan todas las oportunidades hasta que entienden que mi deseo es pintura y capota nada más. Mis ideas no me juzgan, pero se entristecen y entre ellas comentan “espero que seas tú la que se quede y devele su alma”.
A veces aprovecho el vaivén de mis ideas y escribo sin cesar hasta anidarlas. Es como si al escribirlas les diera más vida, más ganas de quedarse. Entonces esas, traen otras como si fueran mis relacionistas. Como anuncios que dicen: “aquí te puedes alojar. Se pasa bien. Nos aprecian y nos dan de comer”. Otras las dejo pasar y esas, a veces, se llevan algunas de las que vinieron antes. Y nos las puedo volver a agarrar. Y lo que no se ve, se olvida y no se extraña. Hace unos años tuve la mejor idea para una novela, mientras conducía al trabajo. La olvidé y ya no la extraño.
Me persigue la depresión de sus partidas, casi tanto como me persiguen las ideas que desean ser visibles. Por eso: 1. Llevo pequeñas libretas adonde vaya. 2. Me escribo textos desde mi celular. 3. Me comunico con alguien y le dicto lo que me insisten las ideas.
Lo más reciente es sentarme a escucharlas. Casi todos los días creo un espacio para plasmarlas, para que se sientan invitadas y atendidas. Esas ideas traen otras y el papel digital o físico se adorna con ellas. Si son las mejores, ¿qué importa? Ya llegará el momento en que se vean más hermosas, porque se sientan atendidas.
Marinés Rivera 