Uno de los efectos que tuvo la pandemia en mí fue hacerme hablar. Me sentía como si llevara mucho tiempo en silencio y el encierro me otorgó el poder de hablar y contar historias- las mías y de otros. Las de otros sin chismes, solo como una reserva de posibilidades. Los cuentos son tan variados como personas hay en el planeta.
No ha mermado mi deseo de salir del silencio y me sorprendo. Esperaba que ya, a estas alturas, se hubiera apaciguado esa necesidad de verter palabras en cierto orden para expresar algo. No que sea tratados de erudición y armonía, pero el engarce me ha llevado a ver que de donde vienen unas palabras pueden provenir más y más.
Hoy más que nunca los humanos desean ser visibles y apreciados. Aunque pensemos que esas ansías son del ego, por ahora, mientras lo tengamos, las tendremos. Y está bien. Hablar nos alivia, nos lleva a acompañar a otros y nos ayuda a percibir la vida de una manera diferente.
Habla, cuenta, expresa. Lo que se encierra no muere. Mata.