Durante el tiempo que estuve casada se me hacía difícil iniciar conversaciones difíciles. Nada más de pensarlo vivía angustiada previo a hacerlo. Aun entre desconocidos, si otra persona comenzaba, yo escuchaba atentamente lo que tuviera que decir y decía que sí a lo que fuera para no prolongar la confrontación. Un día en mi trabajo alguien preguntó si se podía hacer “x” cosa. Yo contesté impulsivamente que sí. En privado, me llamaron la atención, porque para hacer “x” era mejor hacer “y” primero. Yo contesté “tienes razón”, para no prolongar la confrontación ni el regaño.
¿Les dije que me incomodan las conversaciones difíciles?
Para descubrir si era posible cambiar ese disco rayado de dificultad a confrontar, decidí estudiar. Desde cómo conversar hasta cómo escuchar y todo lo que hubiera en medio. A ver si podía moverme de ese espacio de incomodidad. En el camino descubrí que nadie nace amando las conversaciones difíciles. ¡Empezamos mudas de palabras! No somos como los potrillos o los cachorros que apenas nacen relinchan o ladran y en minutos caminan y casi, casi se independizan de sus madres. No. Los humanos y humanas somos dependientes, lloronas y aportadoras de desperdicios. No es hasta que empezamos a imitar a los adultos que comenzamos a utilizar palabras. Si a los adultos se les dificulta conversar o si les resulta fácil manipular o engañar, a los menores les resultará fácil imitar lo que ven y experimentan.
¿Qué encontré para mí? Descubrí que puedo utilizar el método de la contrariedad. Primero acepto que estoy en una conversación difícil, que no quiero tenerla, que no quiero confrontar, que no deseo emitir palabras. Segundo, reconozco que debo hacer algo contario a mi zona de comodidad (que es la de evadir confrontaciones). Tercero, lo hago. En este caso me quedo a enfrentar lo que antes temía.
Y este método tampoco es fácil. Recientemente tuve una conversación con un cliente. Hice una sugerencia y le invité a ponerle fecha a uno de sus proyectos. Me miró como si yo fuera una extraña y se quejó: ¿por qué traes ese tema? Tomó mi sugerencia como algo negativo, como algo que yo no debí traer a la conversación, a pesar de que era parte de lo que habíamos delineado como el trabajo que deseaba realizar dentro de un intervalo específico de tiempo. Le apreté un botón y él a mí; nos estábamos estirando fuera de nuestras zonas de evasión. Yo tardé en reaccionar, pues mi primera respuesta fue darle la razón, sí sí sí… Hasta que practiqué el método de la contrariedad y recordé que tenía que salir de mi zona de evasión, especialmente porque es un cliente que cuenta conmigo para subir de nivel en su vida profesional. Lo interrumpí y con preguntas lo llevé a recordar el momento en que delineamos nuestra colaboración. Su mirada de arrepentimiento me lo dijo todo. Yo no le recriminé, pero silenciosamente le di las gracias por darme la oportunidad de pararme en el poder de mis palabras. Retomamos mi sugerencia y le pusimos fecha a su proyecto que llevaba mucho tiempo en la fase de “pensamiento” y no pasaba a la acción.
Para mí era ideal evadir conversaciones difíciles. Todavía, aunque sé los beneficios de enfrentar, prefiero ponderar y pensar y quedarme ahí. Pero no necesariamente es una zona cómoda libre de sufrimiento. Es una zona incómoda a la que me he acostumbrado. Por eso el método de la contrariedad es uno que proviene de la consciencia que desea transformar y no del ego que desea alimentar el miedo y requiere más labor. El ego y la mente buscan siempre el camino de menor esfuerzo. Poco a poco, continuaré con el método hasta lograr conversar en ecuanimidad y amor, hasta hacerlo sin pensar.
Excelente Mari, me senti identificado con este blog, yo evadia las confrontaciones y hasta que me eduque y nos desarrollamos en TM y ahora las abordamos sin temor y con objetividad!
LikeLike
Las confrontaciones fueron mis favoritas en mis años de juventud. las defendía como necesarias para practicar la honestidad en la comunicación. Con los años y el estudio, he cambiado esa postura. Puedo conversar sin trabajo, pero ahora pondero primero hasta saber que puedo conversar con ecuanimidad y sobretodo con compasión. No siempre triunfo, pero al menos lo trato de hacer pensando en el otro. Tu lectura es enriquecedora, Marinés!
LikeLiked by 1 person
Gracias por leer y por tu retroalimentación.
LikeLike