Palabras vigorosas

La última vez que fui al supermercado pagué por la caja de autopropiopago. El cliente pasa los productos por el lector y paga sin intervención de empleados a menos que lleve una botella de alcohol. En mi caso llevaba una de vino tinto (¿o era champán?). La caja registradora se bloqueó y me habló con la voz del GPS: “Necesita mostrar identificación. Un empleado le atenderá en breve.” Cuando se acercó el empleado le dije: “Iván, esta tarjeta de membresía sabe que tengo cincuenta (pausa) y tres años (lo pensé mejor, para qué mentir). ¡No debería pedirme la edad!” Él me miró de arriba abajo y con ojos risueños me dijo: “De cincuenta pero con la energía de una de 20”. Me quitó los tres años que yo me quería quitar…

Fueron diez palabras externas que tuvieron el poder de alegrarme la tarde. ¿Cuánto poder tendrán las mías sobre mí que son tantas?

Definitivamente, las palabras tienen su efecto aunque pensemos que se las lleva el viento. Por eso cantamos, escribimos y conversamos, para ocasionar un efecto. Para manejar nuestras emociones o para convencer o para comprender. Para provocar un cambio, en quien escucha o en quien expresa. Un artista cambia tanto como la audiencia que aprecia su arte.

En este viaje creativo todo me muestra que me afecto y afecto a otros, con mis palabras o con mis acciones. Muchas veces puedo ver el efecto de inmediato, otras veces no. Pero al estar presente disfruto más, vivo más y me transformo. Aunque a veces dependa de palabras externas que me alegren la tarde…

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