La mujer que muestra

Mi profesora de escritura creativa, al evaluar uno de mis escritos, me pidió que mostrara y no dijera (show, don’t tell). Llevo años sin entender esa expresión. Quizás la entiendo por unos segundos, pero nunca se me queda en la memoria como para sostener una conversación de su propósito y utilización.

Esa misma tarde, almorcé con mi hija Sofía y le expliqué mi dilema. Me contestó: –Mami, si el personaje está triste no lo digas. Describe cómo es que está triste.

¡Bum! Y lo entendí.

No es lo mismo “Eugenio, triste, se fue de la sala.” que “Cabizbajo, Eugenio sonrió de medio lado y con pasos lentos se retiró de la sala.”

Llevo tiempo escribiendo, más recientemente poesía, y ahora es que lo comprendo. Ratifico la sabiduría de Sofía. Recuerdo su delicadeza al explicarme, como para que no me sintiera mal por ser levemente obtusa. Sus ojos iluminados cuando dije “entendí”. Fue mi maestra, como tantas otras veces.

Mis hijos me han llenado de un amor que no pensé que sentiría. Y ahora de adultos a veces no puedo creer que hayan nacido de mí. Que sean mis maestros me llena de gozo indescriptible. Días tan sombríos como estos, se disipan al recordar lo que mis hijos aportan a mi vida. Sí, ya sé que no hay que tenerlos para sentirme realizada. Pero cuando ya tienes hijos, es mejor disfrutarlos y aprender de sus intervenciones en tu vida.

Algún día ya no estarán. Algún día ya no estaré. Pero sonreiré, franca y abiertamente, levantaré el mentón y caminaré hacia mi grandeza de la mano de los recuerdos de mis maestros, Chris y Sofi.

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