Los embates no inventados

Esta mañana mientras me lavaba los dientes me di cuenta que al escupir no tenía la puntería requerida para echar la saliva donde debía. Caía fuera del lavamanos. Traté de soplar, pero tampoco podía. Cerré mis ojos y sentí un leve adormecimiento en la parte izquierda de mi cara, un dolor agudo detrás de mi oreja. Cuando abrí los ojos y miré mi rostro en el espejo tenía el párpado izquierdo tan inflamado que me asusté. Comencé a respirar lentamente. Podía pensar en líneas, curvas y formar palabras. Llamé a mi amiga Charo en cierto estado de ánimo que la obligó a decirme “respira” (después me dijo que era porque yo sonaba aterrada). Mientras esperaba a Charo, me senté a escribir quería verificar que pudiera tejer letras y que pudiera leer oraciones. Ya más tranquila nos fuimos al hospital.

El dolor me aquejaba todo el lado izquierdo de la cabeza, pero el terror de perder recuerdos y capacidades se sentía como un zumbido en mi cabeza. Incluso más intenso que el dolor. Triage, entrevistas, pruebas físicas. Más preguntas, más pruebas. Luego laboratorios y CT de la cabeza, para descartar. La probabilidad más alta era parálisis facial, pero había que eliminar una isquemia o un derrame.

Cualquiera de las tres posibilidades significaba interrupción. Interrupción del flujo de un nervio o de la sangre. Interrupción de alguna parte de la vida del cuerpo, de su movilidad. Los nervios y la sangre significan eso, vida en el cuerpo, energía, transportación de nutrientes y desechos. Sentí en ese momento la interrupción en mi vida. Y comencé a recordar lo extrañado, lo no hecho, lo aprendido.

Empecé a cuestionar si este episodio de salud sería suficiente para invitarme a hacer algo diferente con mi vida. Recordé las oportunidades perdidas. Dijo Jim Carrey en un discurso que ofreció a la clase de 2014, de Maharishi University of Management (https://www.youtube.com/watch?v=V80-gPkpH6M) que no nos preocupemos si perdemos una oportunidad, porque habrá más oportunidades, una y otra vez. Pero pienso ahora en las que dejé pasar y que no se han vuelto a presentar. A punto de tener sexo con un hombre interesante, a punto de viajar a un lugar exótico; a punto de decir “sí”, para luego decir “no” una y otra vez. Por miedo, por terror.

El diagnóstico final: parálisis facial. El lado izquierdo de mi cara no reacciona como antes, quizás como respuesta a un virus. El próximo paso es ir al fisiatra para que me asigne las terapias necesarias para eliminar la interrupción al nervio que procura el movimiento apropiado del musculo facial. Dice Charo que no se nota, pero yo sé que no sonrío igual. Ni siquiera bebo igual. Si no lo hago con cuidado se me sale el café por el lado izquierdo de la boca. Y ni pensar en todas las demás cosas que no podré realizar eficiente y apasionadamente- y que no puedo escribir aquí para no ofender sensibilidades. Quizás el lado positivo de esto se relaciona a economía procesal. ¡Ahora solo sonrío por un lado de mi cara y no gasto la energía de una sonrisa completa!

Cómo quedaré finalmente, no lo sé. Ya averiguaré, aceptaré y cambiaré. Esta es mi elección: lidiar de frente con los empates inventados y no inventados que se presentan en mi vida. Todo eso, riéndome con misma.

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