Durante 3 años sostuve una relación intermitente con un hombre que considero maravilloso. Él ha sobrevivido pérdidas memorables, fracasos nobles y éxitos imborrables. Su vida es una aventura y él se ha encargado de vivirla hasta el tuétano. Él decidió compartir una fracción de su vida conmigo y me hizo ver mi lado audaz y atrevido. ¡Cuánto tengo que agradecerle!
Hace unos veranos tuvimos un accidente aparatoso, que sobrevivimos mágicamente. Esa noche habíamos salido a bailar a algún lugar pequeño y poco reconocido en el Viejo San Juan. Él bailó conmigo primero y después con una desconocida. Yo hablé con el bartender en lo que Él terminaba. Pidió una botella de vino, para Él. Yo solo me di dos palos acompañados con agua cristalina, porque sabía que me iba a tocar guiar de regreso.
Su carro era plateado y aerodinámico. Más deportivo que sedán. Respondía suave y ligeramente como la seda cae al ponértela. Me ilusionaba la idea de guiarlo, porque sabía su desempeño- soy una fanática de los carros. Y así fue: cuando salimos de bailar yo estaba apta y emocionada porque iba a conocer, casi de una manera bíblica, el carro cuasideportivo. Lo encendí con un botón. Presioné el pedal y voló. Todavía recuerdo la sensación de sentirme anclada al asiento una vez despegamos.
En algún momento abrimos el sunroof. Queríamos sentirnos libres y livianos. Degustamos el viento en nuestros cuerpos y rostros. Él decidió conducir para que yo pudiera apreciar el viento en mis pestañas más directamente. Nos estacionamos en el paseo, intercambiamos lugares y despegamos nuevamente. Sin ataduras ni remilgos. En efecto, la sensación triunfante de libertad fue mayor, porque yo no dirigía, solo vivía.
En una de las curvas más allá de Piñones chocamos de frente con un árbol. El conductor de la grúa tuvo que amarrar con cadenas lo que quedaba del carro para poder sacarlo de donde había quedado sembrado. Yo me responsabilicé por el choque, porque Él me pidió que lo hiciera. Hubiera sido desastroso para su reputación en la industria para la que trabaja. Yo deseaba que Él me aceptara.
Este suceso fue como la historia de desamor de los padres de Voldemort, el villano de las novelas de Harry Potter. La mamá de Voldemort hechizó al hombre de quien estaba enamorada porque él no la quería. El padre de Voldemort se “enamoró” de ella y tuvieron a Voldi. Con el tiempo ella rompió el embrujo; quería que él la amara por ser como era. Él, deshechizado, la abandonó, porque nunca la había querido.
Recuerdo esa historia, porque en la mía yo fui esa mujer. Mi hechizo fue mentir para que él me aceptara y me amara. Fui íntegra con lo que yo deseaba, pero no con la situación en ese momento. Él siempre estuvo claro: “te aprecio, pero no como tú quieres que te quiera”.
Al final la lección fue para mí: puedo amar cuando quiera y a quien quiera, pero no puedo obligar a alguien a amarme. La misma libertad que tengo, debo ofrecerla y soltar el control de “así es que quiero que sucedan las cosas”. Poco a poco y con el tiempo, la integridad relativa se transformó para renacer en integridad simplemente. Espero que perdure.
¡Interesante!
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I wonder what “Voldi’s father” might think reading this account of his adventurous selfishness. Luckily no Voldi was involved…
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So glad to know years later that you survived all of it. At the end he’s the one who lost everything.
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Wuao…
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