La procrastinación resucita como Jesucristo.

En uno de mis episodios anteriores, escribí sobre lo que significaba para mí el posterguicidio: acción y efecto de matar tus metas y sueños interrumpiéndolos constantemente con actividades dirigidas a no hacer; procrastinación extrema, postergar más allá de postergar. Mi amiga Mariely comentó que ella pensó que era la muerte de la postergación. Muy interesante su punto de vista. Es como matricidio, dar muerte a la madre. O parricidio, muerte al padre; o suicidio, muerte a misma.

Aclaro en este episodio: la postergación no muere. No hay manera de asesinarla ni ahogarla. Puede aliviarse o dormir una siesta; puede esconderse juguetona detrás de un proyecto. Quizás guiñarte un ojo detrás de un pensamiento, como para decirte: “dale, sigue que te espero en la esquina.” Pero morir, eso no. Aún ahora, que estoy en acción y escribo este episodio, busco la manera de cerrarle la puerta. Pongo el pie entre el marco y la puerta, pero se asoma. Me cubro los ojos para no verla y las manos dejan de teclear para añadir palabras. Me cubro la boca, como para no gritar mi decepción y lo que hago es detener el flujo de las oraciones. Me cubro los oídos, porque siento una risa liviana y cristalina, casi imperceptible, pero presente. La sensación de frustración parece eterna.

Me digo: continúa, escribe, espera cinco minutos… espera diez… aguanta, escucha, mira. Ella va y viene, resucita como Cristo y, como Él, es perenne, amigable; porque si fuera frágil y violenta sería fácil rechazarla. Decido mantener mis manos en el teclado para no evadirla con mis sentidos y la acepto como se aceptan los defectos de un buen amigo, con amor y dulzura, aunque apriete los dientes.

Para mí, esa es la manera más efectiva de tratar la procrastinación. Contarle de mis proyectos y de mis acciones dirigidas a completarlos -como un comentarista de radio que describe la acción que ocurre frente a él. Tratar la procrastinación como si fuera mi estudiante. Hablarle para que reflexione sobre mi enseñanza y pedirle que guarde silencio mientras actúo, mientras me expreso, mientras sueño.  Espero llegar a quince minutos, que solo van diez…

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